lunes, 26 de mayo de 2014

APRENDER A SER FELIZ



APRENDER A SER FELIZ.

Cuando de pequeños nos preguntan qué queremos ser de mayores, siempre decimos una profesión. Queremos ser artistas, o ingenieros o maestros, pero nunca a nadie se le ha ocurrido responder simplemente que quiere ser feliz.

Pensamos que al ser artista, ingeniero o maestro, seremos felices y no nos planteamos más. Esto se debe en gran medida, a que en nuestra sociedad hemos igualado el concepto de felicidad, con el de éxito profesional. Sería muy extraño, encontrarnos con un niño que nos dijera que quiere acabar en el paro, o que no le importaría no llegar a ser nada. ¿Por qué se debe esto? Porque en nuestro concepto de felicidad, sabemos que uno de los pilares básicos es el trabajo.
 
Aunque el concepto de felicidad varía según las culturas, crecemos con el concepto de que la felicidad es equiparable a tener las necesidades básicas cubiertas. Esto es, un trabajo, una familia, una calidad de vida y por supuesto salud. Pero luego somos testigos de que en la realidad no es tan sencillo como parece. Cuánta gente posee todo esto y mucho más y en el fondo se siente desgraciada. Por eso, debemos saber que dentro del concepto de felicidad, como algo general, cada uno somos un conglomerado de conflictos emocionales algunos sin resolver, recuerdos, anécdotas, amigos, compañeros y una forma de ser, que va a ser la que realmente determine si somos felices o no.

Podría decirse, que nuestra felicidad no es sino un manómetro que mide el grado de presión en el que vivimos. Cuanta menor presión, más bienestar y por lo tanto mayor felicidad. Aunque si esta presión es demasiado baja, podemos desinflarnos y quedarnos anclados como lo haría un globo de helio a medio hinchar. Por eso, la felicidad es ese punto medio que nosotros consideramos como “aprobados”. Por encima de ese punto estaremos felices y por debajo estaremos apáticos y quizás algo abatidos, o aburridos o tristes. Pero ¿dónde está ese punto medio?

Ese punto medio, estará donde nosotros lo queramos poner. Ya desde pequeños hemos tenido un compañero de clase que lloraba si sacaba un notable, cuando para nosotros un notable era como tocar el cielo. Ese punto que es lo que hace que “nos conformemos”, es lo que determina nuestro grado de satisfacción y por ende de felicidad. Por eso, es muy arriesgado decir que cuanto más bajo esté ese punto medio, nos conformaremos “con menos” y seremos más felices, pero lo cierto es que se aproxima bastante a la realidad.

De hecho, estamos rodeados de personas que teniendo dinero y éxito están amargados. Parejas felices que se han roto, porque él o ella, no terminan de estar bien sin algún motivo. Niños inconformistas con habitaciones llenas de juguetes, cuando otros son felices jugando con un muñeco toda la tarde, y un sinfín de ejemplos similares.

Porque aunque se trate de una sensación física en la que intervienen neurotransmisores y otras moléculas endógenas, así como otra serie de factores extrínsecos no modificables, la verdadera felicidad puede estar modulada en gran medida por uno mismo. Es decir, no es que sea un acto de la voluntad, pero casi.

Como con cualquier experiencia humana, la teoría conductista ha demostrado últimamente, la plasticidad de nuestro cerebro, capaz de modificar sus circuitos neuronales en base a la experiencia. Esto, que hace años era impensable, ha desbancado mitos tan importantes como el de que para dejar de fumar, primero hay que pensar en hacerlo. Todo lo contrario, es la experiencia de no fumar, la que permite al cerebro modificar su estructura, sustituyendo sus circuitos “encargados del acto de fumar” y por lo tanto “mitigando su pensamiento”.

ANTES ERA: pienso en algo y como consecuencia lo hago.
AHORA ES: si no hago algo, dejo de pensar en ello.



De hecho, el pensamiento reiterativo y parásito de “no querer hacer una cosa”, como puede ser fumar, es lo que hace que se evoque constantemente esa cosa, despertando en el cerebro la misma descarga de moléculas que generan el deseo de hacerla. No hay nada peor para dejar de fumar que el estar pensando continuamente en el día que se hace, los cigarrillos que ya habría fumado, el dinero que he ahorrado, así como fijarme en que los demás fuman y etc.

LA FRUSTRACIÓN GENERA DESEO, O SI NO, POR QUÉ CUANTO MÁS LLAMAMOS A ALGUIEN QUE NOS  IGNORA, MÁS DESEAMOS QUE NOS LO COJA E INSISTIMOS MÁS EN LLAMARLE.

¿Cómo puedo evitar sentirme frustrado y dejar de pensar en ello?

Sencillamente basta con pensar en otra cosa. Es decir, sustituir el pensamiento reiterativo y obsesivo de fumar (pensamiento parásito) por otro pensamiento. Para ello se requiere de cierto entrenamiento mental. Basta con tomar un pensamiento cualquiera y convertirlo en el pensamiento “rescate” para recurrir a él cada vez que nos asalten las ganas de fumar.


Este pensamiento “rescate”, debe ser un pensamiento agradable, cómodo y fácil. No tendría éxito escoger uno que nos de igual porque no estamos implicados con él. Por ejemplo, sería lógico pensar que vamos a utilizar el pensamiento “hacer deporte”, como sustituto del pensamiento parásito “quiero fumar”. Pero si no somos una persona deportista y no tenemos un grado de implicación con hacer deporte, nos va a dar igual este pensamiento y no nos va a servir, para “acallar” al pensamiento parásito que nos va a estar incordiando en el cerebro.

Si estamos en casa y no tenemos muchas obligaciones, podemos sustituir el pensamiento fumar con el pensamiento rescate de “ver la televisión”.  Aunque parece algo rudimentario, no sólo nos está sustituyendo el pensamiento “parásito” de fumar, sino que además, lo estamos sustituyendo por un acto que desarrollará un circuito neuronal que “aplaque” el de fumar. Y como además, nos va a enganchar la televisión, aunque sólo sea haciendo zapping, el momento “crítico” de ganas de fumar, lo vamos a superar sin esfuerzo.

Si esto mismo nos ocurriera en el trabajo y debemos buscar un pensamiento de “rescate” que sustituya al deseo de fumar, podemos echar mano de lo que vamos a hacer esta tarde, o recordar lo que hemos hecho el fin de semana pasado, o pensar en dónde queremos ir el próximo fin de semana o el próximo verano, o simplemente qué nos gustaría comer ese día. Es decir, en el momento en el que veamos que asoma el pensamiento de fumar, sustituirlo inmediatamente por otro placentero, a ser posible, siempre el mismo, para que desaparezca el de fumar. Aunque al principio requiere de un control mental al que no estamos acostumbrados (pues debemos manejar nuestros pensamientos con la voluntad), poco a poco a base de entrenarnos nos resultará más fácil y nos lo tomaremos como un juego, buscando en los ratos libres , “pensamientos rescate”, que luego emplearemos, no sólo para sustituir el de deseo de fumar, sino todos aquellos negativos, que nos invaden a lo largo del día.

Este ejemplo de sustituir un pensamiento negativo, por otro positivo, aplicado al acto de fumar, es la base para lograr ser feliz.

Los pensamientos positivos que generamos cada día bajo nuestra voluntad, pueden ir sustituyendo uno a uno cada uno de los pensamientos negativos, que nos impiden ser feliz.

Aunque para sustituir pensamientos asociados a conductas adictivas como es el fumar, suele ser una tarea bastante más ardua que la de generar simplemente imágenes positivas.

Debemos ser conscientes de que nuestra mente no es una televisión encendida las 24 horas, donde somos en cierto modo víctimas de los programas que echen. Muchas veces, incluso, nos invaden recuerdos que preferimos no rememorar, o incluso imaginamos escenas dolorosas que podrían tener lugar en algún momento. ¿Quién no ha soltado alguna lágrima, mientras ha imaginado que se le moría un ser querido? Aunque tampoco consiste en escapar de estas fantasías, pues incluso a veces pueden servirnos para plantearnos cómo reaccionaríamos si pasara esto o aquello en nuestra vida. El problema resulta, cuando una persona rememora más veces y de manera más intensa ese tipo de escenas negativas, que a uno le hacen sentirse mal.


Y en esto consiste la felicidad voluntaria. Basándonos en el control mental de nuestros pensamientos, podemos llegar a fantasear cosas positivas ( siempre siendo conscientes de su grado de fantasía), rememorar escenas que nos han hecho sentirnos bien y en general, observar el mundo desde el punto de vista de la asertividad, para enfrentarnos al día a día desde un punto de vista subjetivamente positivo.