jueves, 29 de mayo de 2014

EL MAPA DEL AMOR EN EL CEREBRO







El mapa del amor en el cerebro.

El amor es el resultado de una serie de zonas activadas en el cerebro que se proyectan a modo de holograma, para configurar una imagen visual acompañada de una serie de sensaciones.

Según las últimas investigaciones, cuando nosotros observamos un objeto, lo hacemos de forma desmembrada. Es decir, una zona del cerebro se encarga de visualizar el color, otra la forma y otra la localización. El conjunto de las tres zonas cerebrales solapadas, es lo que da lugar a la configuración integral de “vaso-de color verde-que está ahí”.

Pero esto da lugar a diversos fenómenos y experiencias interesantes:


NO VEN LOS OJOS SINO EL CEREBRO.

Se ha comprobado, que los que realmente ven no son los ojos, sino el cerebro. Es decir, se podría decir, que al cerebro le da igual que haya un vaso verde delante de tus narices o no. Basta con evocarlo, para que la persona tenga las mismas sensaciones que si lo tuviera delante. En este caso, la experiencia vendría del interior de su mente, en vez de desde fuera. Vamos a poner el ejemplo del amor, pues realmente un vaso verde, está acompañado de poca carga emocional.

Cuando nosotros evocamos a la persona amada, a pesar de tener los ojos cerrados, se encienden en el cerebro las mismas zonas que si lo tuviésemos delante. Su presencia
(aunque sólo sea cerebral), va a descargar una tormenta de neurotransmisores ( fundamentalmente la dopamina en la fase del enamoramiento) que responden a las órdenes del cerebro más primitivo. Este cerebro está constituido por el sistema límbico, con las subestructuras de la amígdala y el hipocampo, que son las encargadas de dar una respuesta automática a las emociones más inmediatas, que pueden poner en peligro la vida, con el fin de la supervivencia. De ahí, que sea el más rudimentario, pues es el primigenio, es decir el primero que se creó en los seres vivos prehistóricos y que ha ido evolucionando con el paso de los siglos, al tiempo que se ha ido sofisticando, para especializar las respuestas y dotarlas de un comportamiento determinado en función de la sensación que se transmita. Desde el sistema límbico, la mayor parte de las sensaciones son transmitidas al tálamo y de ahí a diferentes partes de la corteza cerebral, donde se mandan las órdenes motoras voluntarias encargadas de dar respuesta a los estímulos.

Pero la imagen sólo no basta. Ha de estar empapada de dopamina y otras endorfinas euforizantes. Como si se tratara de un bizcocho de los que llamamos “borrachos”, la imagen del ser querido sería sólo el bizcocho y el almíbar sería la dopamina. Sólo con que nuestro cerebro lo vea, no nos bastaría para sentir. El cerebro necesita que ese bizcocho esté empapado de dopamina y otras endorfinas para dotarle de emoción. Esta  descarga neuroendocrina es lo que hará que se nos quite incluso el hambre canina que teníamos, hasta que hemos empezado a pensar en él ( o ella). Porque el cerebro trabaja “priorizando” y opta por enfocar su atención en la imagen del ser amado, “relegando” otras tan básicas, como deberes que tenemos que hacer, obligaciones o simplemente actos no rutinizados. Sí, como dice el dicho, “el amor es ciego”, porque enfoca la atención en el ser amado y subestima esa atención que deberíamos tener hacia otros aspectos de la vida. Cuidado, porque esto le puede salir caro al enamorado, si empieza a abandonarse en sus tareas, se desinteresa por estudiar, o empieza a llegar tarde al trabajo, porque en el fondo “le da igual”.

EL CEREBRO NOS ENGAÑA.

Últimamente se ha descubierto que el cerebro no tolera ninguna grieta en su mosaico de recuerdos. Cada vez que intenta evocar algo, lo hace sí o sí, sea o no verdad lo que recordemos como cierto. De hecho, es frecuente que lleguemos a creernos algo que surge de nuestros pensamientos, pese a la opinión contraria de la gente y que incluso la defendamos contra viento y marea. Esas lagunas, que pueden surgir entre recuerdo y recuerdo, son rellenadas por piezas que “podrían” encajar y a las que nosotros no las damos mayor importancia, pues las consideramos reales. No suelen ser grandes espacios en blanco, sino pequeños detalles lo que hace, que muchas veces uno se ponga a pensar si realmente es cierto lo que le pasó la noche anterior y pase de no estar muy seguro, a confabular una respuesta, que a medida que la va repitiendo una y otra vez, va cobrando fuerza y al final se instala como que realmente ocurrió. O si no, pensemos alguna conversación a altas horas de la noche, después de una cena copiosa, donde el cansancio, la comida, el vino y demás, hicieron mella en nuestras palabras y al día siguiente no recordamos muy bien lo que dijimos. En el fondo, es como si recordáramos cosas que dijimos pero que nunca las pronunciamos. En cierto modo, el cerebro las ha puesto ahí y nosotros damos la cara por él, aunque nunca las hayamos elaborado.  El cerebro nos ha engañado, pero nosotros defendemos fervientemente lo que nos ha propuesto como cierto.

Este ejemplo de “relleno” de recuerdos, es lo que nos hace polvo en el amor. Pensamos en escenas pasadas de manera tan distorsionada, que si se le preguntara a la pareja cómo sucedió algo, a un testigo que pasaba por allí, y a nosotros mismos, tendríamos tres respuestas diferentes. Y no nos basta con esto, sino que nos encanta mezclar las escenas pseudoverdaderas con otras que pudieron haber ocurrido, pero no lo hicieron. Digamos que por morbo. Sin contar con las fantasías futuras que surgen a borbotones y navegan entre nuestros pensamientos presentes y fantasías pasadas reales e inventadas, como peces dentro del acuario de nuestra cabeza. Y todo, con los ojos cerrados. Sufrimos, reímos, nos excitamos, lloramos y nos enfadamos sin llegar a abrir los ojos. Basta con que sea nuestro cerebro el que lo vea.


EL DES-AMOR CEREBRAL

Aunque los procesos que ocurren durante una relación de amor son muy complejos y dependen de cada persona, hagamos un salto a cuando uno de los dos deja al otro. El cerebro se había adaptado a la otra persona y durante un tiempo ha convivido con su presencia. Como es plástico y modificable, nuestros ritmos biológicos, se habían acostumbrado a comer a la hora a la que él salía del trabajo, a hacer el amor por la noche, a salir de viaje los viernes para volver los domingos, a preparar esta comida que le gusta, para de pronto…se acabó. Lo que más nos hace sufrir cuando alguien nos deja, a parte de la desestima por el desprecio, de la posible traición por unos cuernos, de la decepción por lo inesperado de esa persona y de otros muchos factores más, es que nos sentimos ahogarnos en una piscina de incertidumbre de la que no sabemos cómo salir.

El cerebro primigenio (hipocampo y sistema límbico), desencadena una serie de emociones incontroladas de ira, enfado, tristeza, rabia y demás, que son transmitidas al resto de este órgano produciendo unas determinadas respuestas. Lo más importante es que disminuye en gran cantidad la serotonina, que es lo que hace que estemos pensando de manera obsesiva en la otra persona, además, de sentirnos tristes, apáticos y abatidos.

Nos cuesta reaccionar y lo haremos según haya sido el patrón conductual de las personas con las que hemos vivido y nos han enseñado. El hijo del que respondía a los problemas tomándose 3 blister de pastillas, tiene mucha más tendencia a tomárselos él también, porque es lo que ha visto. El que ha visto a su padre o a su madre coger al toro por los cuernos y ponerse una sonrisa por bandera, es posible que salga a la calle sonriendo. El que ha visto dar un puñetazo en la pared, que preserve sus paredes o sus manos.

Pero lo más importante es saber, que como todo, a medida que pasa el tiempo, esa carga emocional del cerebro anfibio irá disminuyendo siempre y cuando no estemos evocándolo todo el rato. Como si se tratara de la batería de un teléfono, el evocar escenas amorosas, recuerdos y demás con la persona que nos ha dejado, va a estar recargándolo constantemente.

Y ante la duda de los que dicen de dejarlo poco a poco, y para prevenir las relaciones “péndulo” la respuesta está clara: hay que dejarlo radicalmente.

Para olvidar a alguien, hay que dejar de verla (por fuera y por dentro), dejar de acudir a sitios donde se iba con ella, procurar quitar de en medio su ropa, sus objetos. Si encima nos cambiamos de casa o de barrio, o de país!, mejor.

Aunque al principio pasaremos por nuestro periodo de abstinencia, igual que si se tratara de cualquier otra droga, hay que tener paciencia y esperar a la siguiente fase. La de la aceptación y reconstrucción de uno mismo. Debemos comenzar a crear nuevos hábitos sin la persona, sustituir lo que hacíamos con ella, por otros hábitos o con otras personas. Generar situaciones placenteras que si no sustituyen las del ser amado, por lo menos, las mitiguen y procurarnos unos objetivos (asequibles y a corto plazo), que nos aumenten la estima y nos realicen por dentro.

No hay droga más dura que la de las relaciones humanas. Ni el alcohol, ni la cocaína, ni el tabaco, es comparable con el dolor, mezclado por un abandono, una posible traición, y un talonario de recuerdos maravillosos con una persona por la que todavía sentimos, sí, en efecto, todavía sentimos amor por ella.

Porque el amor es el resultado de una serie de descargas cerebrales que funcionan de manera autónoma. Y si a las 4 de la tarde nos dicen que nos han traicionado, a las 4 y 15 uno no empieza a odiar a la persona. Es posible que no la llegue a odiar nunca. Y aunque parezca mentira, es preferible que sea así. El amor y el odio activan zonas cerebrales comunes y eso puede confundirnos. De ahí que “del amor al odio haya sólo un paso”, pues realmente producen la misma descarga adrenérgica y debe ser nuestra corteza la que fríamente deba distinguir que no se trata de amor, sino de otra cosa.

Por eso, no debemos empeñarnos en odiar a alguien que nos ha dejado. De esa manera, lo único que haremos será prolongar su presencia en nuestros circuitos neuronales y tenerla presente constantemente. El dolor por la pérdida nos embriagará constantemente y lejos de sentir venganza, es más probable que sucumbamos ante cualquier renuncio que se presente, volviéndonos otra vez locos, porque de nuevo y por arte de magia, sentimos que le amamos. Pero ni ayer sentíamos una cosa, ni hoy otra, sencillamente sentíamos lo mismo. Hemos sido nosotros los que la hemos etiquetado como: hoy te odio y después de la aventura, te vuelvo a amar.

El estado de gracia para olvidarnos de una persona, es decir, el desprecio, no es sino resultado de tiempo y paciencia. Aunque sintamos deseo o amor por una persona que nos ha abandonado y es la causante de nuestro dolor, debemos separar las emociones y pensar con la corteza cerebral. Es decir, visualizar mentalmente lo que sentimos y contraponerlo con lo que nos ha hecho, para que de manera razonada seamos conscientes de la incongruencia de lo que sentimos y lo que deberíamos sentir. La poca razón que nos quede, debemos enfocarla en sobrevivir al engaño del cerebro. Estaremos disléxicos. Por un lado sentimos amor y por otro debemos ser fríos, con el trasfondo de que no tenemos ni idea de qué hacer la próxima vez que nos llame. La respuesta está en no cogerlo.

Estamos acostumbrados a sentir una recompensa placentera cada vez que nos llama, pero ahora se ha teñido de dolor.  Todo este deseo frustrado, esta incertidumbre, ansiedad, confusión y los síntomas típicos de una abstinencia cualquiera; insomnio, dolor de cabeza, taquicardia, nerviosismo solo tiene una palabra: DESAMOR. Pero debemos sufrirlo como si se tratara del duelo de una persona que ha fallecido. No por no pasarlo, nunca va a aparecer. Tarde o temprano aparecerá y aflorará de diversas maneras. Más vale que sea cuanto antes, porque antes veremos la luz al final del camino. Y además, hay un problema, y es que el dolor también es adictivo. Muchas personas, son capaces de aferrarse al dolor del desamor, como único recurso a seguir poseyendo a la persona de una u otra forma. Más vale así que perderla.


EL MIEMBRO FANTASMA DEL AMOR

Pero el mapa que deja esta relación en el cerebro, quedará impresa como una huella que perdurará posiblemente toda la vida. De nosotros depende el desempolvar cada dos por tres los recuerdos con esa persona, para seguir manteniéndola viva o no. Por increíble que parezca, cuando no nos acordamos de algo, no es porque se haya borrado de nuestro disco duro, sino porque no tenemos la llave para abrir el cofre donde se guardan los recuerdos. De hecho, ya se están haciendo estudios para acceder a este cofre y extraer recuerdos que se creían perdidos después de una experiencia traumática. Lo que hasta ahora lo hacía la hipnosis, ahora lo pueden hacer algunos medicamentos y otras técnicas de psicología. Por eso, debemos saber que vamos a convivir con los recuerdos de esa persona toda la vida. Que permanecerán guardados en una zona específica del cerebro y que si no es por nosotros de manera voluntaria, sólo saldrán en forma de sueños o de manera casual por algún motivo que lo relacione y tire de él para extraerlo. Como cuando nos viene la amiga inoportuna para hablarnos de él…


La huella que dejará esta relación en nuestra vida, se irá mitigando con el tiempo, a medida que lo vaya haciendo la carga emocional que lo acompaña. Al principio, nada más ser dejados, sentiremos lo mismo que si nos hubieran arrancado una parte de nuestro cuerpo. Aunque no podamos ubicar la zona, la sensación es la misma que si se tratara de un miembro fantasma, pues aunque esa relación existe en nuestro mapa cerebral, en la realidad ha desaparecido. De ahí, que lo expresemos como una sensación de vacío. Y es porque realmente existe un vacío en nuestra psique y en nuestra vida, ya que antes teníamos una parcela afectiva rica y amplia y ahora carecemos de ella en la vida real, aunque permanezca presente en nuestra mente. Solo depende de nosotros el seguir echando más leña al fuego, o recurrir a nuestra corteza como el juez de nuestros verdaderos sentimientos.