jueves, 5 de junio de 2014

ESTAR FELIZ Y VIVIR CONTAGIADO



ESTAR FELIZ Y VIVIR CONTAGIADO.

Hoy en día, hablar de contagiarse va acompañado de un sentimiento peyorativo, pues todo el mundo lo asocia a algo negativo causante de una enfermedad. Pero de lo que voy a hablar a continuación es justo lo contrario. Cómo la ciencia ha demostrado que lo más positivo del mundo, es decir, la felicidad, puede ser igual o más contagioso que cualquier virus mortal.

El contagio de la felicidad, se produce por un mecanismo automatizado a través de las neuronas espejo. Estas neuronas, son las mismas que nos hacen bostezar cuando vemos a alguien bostezar, las mismas que nos hace levantarnos a coger un cigarrillo cuando vemos a alguien fumar por la televisión y las mismas que nos hacen llorar en los finales de las películas románticas. Está claro, que no hay que buscar muy lejos, para encontrar el significado de su nombre. Las neuronas espejo se activan y funcionan mediante un mecanismo de imitación.

Aunque todavía son motivo de múltiples investigaciones, se han hallado sobre todo en la circunvolución frontal inferior y la corteza parietal en los seres humanos.

Estas neuronas espejo, actúan como un acto reflejo que está más pendiente de lo que ocurre a nuestro alrededor, que en nuestro interior. De hecho, hace que nos exaltemos ante el gol de una final de fútbol y apartarnos, cuando vemos un accidente a través de la televisión.

Además, responden anticipándose formando parte de lo que entendemos como intuición. Mediante este mecanismo y porque son rápidamente activadas, nos permiten coger al vuelo la pelota, pese a que nuestro contrincante nos haya querido engañar tirándola al otro lado, o evitamos que se caiga un vaso al suelo, agarrándolo antes de que llegue a él.

Es decir son anticipatorias, intuitivas, pero sobre todo automáticas, porque responden ante lo que ven, antes de que el sentido de lo que está ocurriendo, haya llegado a nuestra corteza cerebral y por lo tanto, lo haya procesado, dicho de otra manera, actúan independientes de la razón.

Aplicado a los sentimientos, su poder contagioso  hace que el estado de ánimo del que tenemos enfrente, pase directamente al sistema límbico, donde es trasmitido al resto del cerebro convertido en emoción.  

De esta manera, si estamos cerca de una persona feliz o que no para de sonreír, es probable que  su sonrisa active nuestras neuronas espejo y nos sintamos felices. Del mismo modo que si alguien se acerca y está triste, también nos lo contagie. Entre estos dos extremos, según los estudios realizados por Fowler y Cristakis de la Universidad de California, el que predomina es el primero. Es decir, ver a una persona feliz o rodearnos de personas sonrientes, nos aumenta en un 9% más las probabilidades de estar felices, frente a un 7% si esta persona está triste.

Para que se produzca este contagio, no es necesario visualizar una sonrisa, pues basta con que el estímulo que lo ha producido (por ejemplo, leer un libro, hablar con alguien por teléfono, etc.), sea experimentado en el cerebro.
El mismo investigador Fowler, en su libro “Connected”, demuestra y cuantifica el grado de interacción que se produce en personas de nuestro mismo círculo (hasta un 53%), llegando a un 10 % de influencia a los amigos de nuestros amigos ( el segundo grado de influencia). Esto significa, que por el simple hecho de estar conectado mediante las redes sociales, estamos transmitiendo nuestro estado de ánimo no sólo a nuestros amigos más íntimos, sino a los de segundo grado ( los amigos de nuestros amigos). Y que aunque nosotros no entremos en interacción con estos de segundo grado, entre ellos sí que lo están.  

Son conocidos los estudios realizados por estos dos expertos en redes sociales, que han demostrado que si amplificáramos nuestros contactos en las redes sociales 6 grados, podríamos abarcar a todo el mundo. Para ello, no es necesario que sean nuestros amigos, basta con transmitirle un “estado” virtual a uno de nuestros conocidos en Facebook, para que este la transmita a alguno de los suyos y este a su vez a otro amigo (que posiblemente ya está en otro país) hasta llegar al sexto. De esta manera nuestro “estado” habrá llegado a todo el mundo.  

Y quien dice un estado, dice una sonrisa, un pensamiento o cualquier opinión.

Si esto mismo lo pensáramos cada mañana, antes de poner nuestra primera frase lapidaria en pro o en contra de algo en las redes sociales, nos lo pensaríamos dos veces, pues no es cosa baladí un simple comentario.

Por otra parte, nos debe hacer reflexionar la gran capacidad que tenemos cada uno de influir en los demás. Participar en la construcción de un mundo mejor es tan sencillo como sonreír y ser amable con los anónimos que nos rodean cada día, pues de esta manera, estamos activando sus neuronas espejo y favoreciendo el que se sientan mejor.

Del mismo modo, debemos ser conscientes de que cualquier comentario, anotación, pensamiento o frase que pongamos en el Facebook cada mañana o en cualquier red social, puede llegar a diseminarse como un virus a lo largo y ancho de todo el mundo en pocas horas. Y dado que ahora sabemos que la felicidad es una corriente que se contagia cerebralmente de manera inconsciente y automática de persona a persona, es el momento de aportar nuestro granito de arena, en construir un mundo mejor.


COMPÁRTELO POR FAVOR. DE ESTA MANERA AYUDAMOS A HACER UN USO CONSCIENTE Y RESPONSABLE DE LAS REDES SOCIALES. 

jueves, 29 de mayo de 2014

EL MAPA DEL AMOR EN EL CEREBRO







El mapa del amor en el cerebro.

El amor es el resultado de una serie de zonas activadas en el cerebro que se proyectan a modo de holograma, para configurar una imagen visual acompañada de una serie de sensaciones.

Según las últimas investigaciones, cuando nosotros observamos un objeto, lo hacemos de forma desmembrada. Es decir, una zona del cerebro se encarga de visualizar el color, otra la forma y otra la localización. El conjunto de las tres zonas cerebrales solapadas, es lo que da lugar a la configuración integral de “vaso-de color verde-que está ahí”.

Pero esto da lugar a diversos fenómenos y experiencias interesantes:


NO VEN LOS OJOS SINO EL CEREBRO.

Se ha comprobado, que los que realmente ven no son los ojos, sino el cerebro. Es decir, se podría decir, que al cerebro le da igual que haya un vaso verde delante de tus narices o no. Basta con evocarlo, para que la persona tenga las mismas sensaciones que si lo tuviera delante. En este caso, la experiencia vendría del interior de su mente, en vez de desde fuera. Vamos a poner el ejemplo del amor, pues realmente un vaso verde, está acompañado de poca carga emocional.

Cuando nosotros evocamos a la persona amada, a pesar de tener los ojos cerrados, se encienden en el cerebro las mismas zonas que si lo tuviésemos delante. Su presencia
(aunque sólo sea cerebral), va a descargar una tormenta de neurotransmisores ( fundamentalmente la dopamina en la fase del enamoramiento) que responden a las órdenes del cerebro más primitivo. Este cerebro está constituido por el sistema límbico, con las subestructuras de la amígdala y el hipocampo, que son las encargadas de dar una respuesta automática a las emociones más inmediatas, que pueden poner en peligro la vida, con el fin de la supervivencia. De ahí, que sea el más rudimentario, pues es el primigenio, es decir el primero que se creó en los seres vivos prehistóricos y que ha ido evolucionando con el paso de los siglos, al tiempo que se ha ido sofisticando, para especializar las respuestas y dotarlas de un comportamiento determinado en función de la sensación que se transmita. Desde el sistema límbico, la mayor parte de las sensaciones son transmitidas al tálamo y de ahí a diferentes partes de la corteza cerebral, donde se mandan las órdenes motoras voluntarias encargadas de dar respuesta a los estímulos.

Pero la imagen sólo no basta. Ha de estar empapada de dopamina y otras endorfinas euforizantes. Como si se tratara de un bizcocho de los que llamamos “borrachos”, la imagen del ser querido sería sólo el bizcocho y el almíbar sería la dopamina. Sólo con que nuestro cerebro lo vea, no nos bastaría para sentir. El cerebro necesita que ese bizcocho esté empapado de dopamina y otras endorfinas para dotarle de emoción. Esta  descarga neuroendocrina es lo que hará que se nos quite incluso el hambre canina que teníamos, hasta que hemos empezado a pensar en él ( o ella). Porque el cerebro trabaja “priorizando” y opta por enfocar su atención en la imagen del ser amado, “relegando” otras tan básicas, como deberes que tenemos que hacer, obligaciones o simplemente actos no rutinizados. Sí, como dice el dicho, “el amor es ciego”, porque enfoca la atención en el ser amado y subestima esa atención que deberíamos tener hacia otros aspectos de la vida. Cuidado, porque esto le puede salir caro al enamorado, si empieza a abandonarse en sus tareas, se desinteresa por estudiar, o empieza a llegar tarde al trabajo, porque en el fondo “le da igual”.

EL CEREBRO NOS ENGAÑA.

Últimamente se ha descubierto que el cerebro no tolera ninguna grieta en su mosaico de recuerdos. Cada vez que intenta evocar algo, lo hace sí o sí, sea o no verdad lo que recordemos como cierto. De hecho, es frecuente que lleguemos a creernos algo que surge de nuestros pensamientos, pese a la opinión contraria de la gente y que incluso la defendamos contra viento y marea. Esas lagunas, que pueden surgir entre recuerdo y recuerdo, son rellenadas por piezas que “podrían” encajar y a las que nosotros no las damos mayor importancia, pues las consideramos reales. No suelen ser grandes espacios en blanco, sino pequeños detalles lo que hace, que muchas veces uno se ponga a pensar si realmente es cierto lo que le pasó la noche anterior y pase de no estar muy seguro, a confabular una respuesta, que a medida que la va repitiendo una y otra vez, va cobrando fuerza y al final se instala como que realmente ocurrió. O si no, pensemos alguna conversación a altas horas de la noche, después de una cena copiosa, donde el cansancio, la comida, el vino y demás, hicieron mella en nuestras palabras y al día siguiente no recordamos muy bien lo que dijimos. En el fondo, es como si recordáramos cosas que dijimos pero que nunca las pronunciamos. En cierto modo, el cerebro las ha puesto ahí y nosotros damos la cara por él, aunque nunca las hayamos elaborado.  El cerebro nos ha engañado, pero nosotros defendemos fervientemente lo que nos ha propuesto como cierto.

Este ejemplo de “relleno” de recuerdos, es lo que nos hace polvo en el amor. Pensamos en escenas pasadas de manera tan distorsionada, que si se le preguntara a la pareja cómo sucedió algo, a un testigo que pasaba por allí, y a nosotros mismos, tendríamos tres respuestas diferentes. Y no nos basta con esto, sino que nos encanta mezclar las escenas pseudoverdaderas con otras que pudieron haber ocurrido, pero no lo hicieron. Digamos que por morbo. Sin contar con las fantasías futuras que surgen a borbotones y navegan entre nuestros pensamientos presentes y fantasías pasadas reales e inventadas, como peces dentro del acuario de nuestra cabeza. Y todo, con los ojos cerrados. Sufrimos, reímos, nos excitamos, lloramos y nos enfadamos sin llegar a abrir los ojos. Basta con que sea nuestro cerebro el que lo vea.


EL DES-AMOR CEREBRAL

Aunque los procesos que ocurren durante una relación de amor son muy complejos y dependen de cada persona, hagamos un salto a cuando uno de los dos deja al otro. El cerebro se había adaptado a la otra persona y durante un tiempo ha convivido con su presencia. Como es plástico y modificable, nuestros ritmos biológicos, se habían acostumbrado a comer a la hora a la que él salía del trabajo, a hacer el amor por la noche, a salir de viaje los viernes para volver los domingos, a preparar esta comida que le gusta, para de pronto…se acabó. Lo que más nos hace sufrir cuando alguien nos deja, a parte de la desestima por el desprecio, de la posible traición por unos cuernos, de la decepción por lo inesperado de esa persona y de otros muchos factores más, es que nos sentimos ahogarnos en una piscina de incertidumbre de la que no sabemos cómo salir.

El cerebro primigenio (hipocampo y sistema límbico), desencadena una serie de emociones incontroladas de ira, enfado, tristeza, rabia y demás, que son transmitidas al resto de este órgano produciendo unas determinadas respuestas. Lo más importante es que disminuye en gran cantidad la serotonina, que es lo que hace que estemos pensando de manera obsesiva en la otra persona, además, de sentirnos tristes, apáticos y abatidos.

Nos cuesta reaccionar y lo haremos según haya sido el patrón conductual de las personas con las que hemos vivido y nos han enseñado. El hijo del que respondía a los problemas tomándose 3 blister de pastillas, tiene mucha más tendencia a tomárselos él también, porque es lo que ha visto. El que ha visto a su padre o a su madre coger al toro por los cuernos y ponerse una sonrisa por bandera, es posible que salga a la calle sonriendo. El que ha visto dar un puñetazo en la pared, que preserve sus paredes o sus manos.

Pero lo más importante es saber, que como todo, a medida que pasa el tiempo, esa carga emocional del cerebro anfibio irá disminuyendo siempre y cuando no estemos evocándolo todo el rato. Como si se tratara de la batería de un teléfono, el evocar escenas amorosas, recuerdos y demás con la persona que nos ha dejado, va a estar recargándolo constantemente.

Y ante la duda de los que dicen de dejarlo poco a poco, y para prevenir las relaciones “péndulo” la respuesta está clara: hay que dejarlo radicalmente.

Para olvidar a alguien, hay que dejar de verla (por fuera y por dentro), dejar de acudir a sitios donde se iba con ella, procurar quitar de en medio su ropa, sus objetos. Si encima nos cambiamos de casa o de barrio, o de país!, mejor.

Aunque al principio pasaremos por nuestro periodo de abstinencia, igual que si se tratara de cualquier otra droga, hay que tener paciencia y esperar a la siguiente fase. La de la aceptación y reconstrucción de uno mismo. Debemos comenzar a crear nuevos hábitos sin la persona, sustituir lo que hacíamos con ella, por otros hábitos o con otras personas. Generar situaciones placenteras que si no sustituyen las del ser amado, por lo menos, las mitiguen y procurarnos unos objetivos (asequibles y a corto plazo), que nos aumenten la estima y nos realicen por dentro.

No hay droga más dura que la de las relaciones humanas. Ni el alcohol, ni la cocaína, ni el tabaco, es comparable con el dolor, mezclado por un abandono, una posible traición, y un talonario de recuerdos maravillosos con una persona por la que todavía sentimos, sí, en efecto, todavía sentimos amor por ella.

Porque el amor es el resultado de una serie de descargas cerebrales que funcionan de manera autónoma. Y si a las 4 de la tarde nos dicen que nos han traicionado, a las 4 y 15 uno no empieza a odiar a la persona. Es posible que no la llegue a odiar nunca. Y aunque parezca mentira, es preferible que sea así. El amor y el odio activan zonas cerebrales comunes y eso puede confundirnos. De ahí que “del amor al odio haya sólo un paso”, pues realmente producen la misma descarga adrenérgica y debe ser nuestra corteza la que fríamente deba distinguir que no se trata de amor, sino de otra cosa.

Por eso, no debemos empeñarnos en odiar a alguien que nos ha dejado. De esa manera, lo único que haremos será prolongar su presencia en nuestros circuitos neuronales y tenerla presente constantemente. El dolor por la pérdida nos embriagará constantemente y lejos de sentir venganza, es más probable que sucumbamos ante cualquier renuncio que se presente, volviéndonos otra vez locos, porque de nuevo y por arte de magia, sentimos que le amamos. Pero ni ayer sentíamos una cosa, ni hoy otra, sencillamente sentíamos lo mismo. Hemos sido nosotros los que la hemos etiquetado como: hoy te odio y después de la aventura, te vuelvo a amar.

El estado de gracia para olvidarnos de una persona, es decir, el desprecio, no es sino resultado de tiempo y paciencia. Aunque sintamos deseo o amor por una persona que nos ha abandonado y es la causante de nuestro dolor, debemos separar las emociones y pensar con la corteza cerebral. Es decir, visualizar mentalmente lo que sentimos y contraponerlo con lo que nos ha hecho, para que de manera razonada seamos conscientes de la incongruencia de lo que sentimos y lo que deberíamos sentir. La poca razón que nos quede, debemos enfocarla en sobrevivir al engaño del cerebro. Estaremos disléxicos. Por un lado sentimos amor y por otro debemos ser fríos, con el trasfondo de que no tenemos ni idea de qué hacer la próxima vez que nos llame. La respuesta está en no cogerlo.

Estamos acostumbrados a sentir una recompensa placentera cada vez que nos llama, pero ahora se ha teñido de dolor.  Todo este deseo frustrado, esta incertidumbre, ansiedad, confusión y los síntomas típicos de una abstinencia cualquiera; insomnio, dolor de cabeza, taquicardia, nerviosismo solo tiene una palabra: DESAMOR. Pero debemos sufrirlo como si se tratara del duelo de una persona que ha fallecido. No por no pasarlo, nunca va a aparecer. Tarde o temprano aparecerá y aflorará de diversas maneras. Más vale que sea cuanto antes, porque antes veremos la luz al final del camino. Y además, hay un problema, y es que el dolor también es adictivo. Muchas personas, son capaces de aferrarse al dolor del desamor, como único recurso a seguir poseyendo a la persona de una u otra forma. Más vale así que perderla.


EL MIEMBRO FANTASMA DEL AMOR

Pero el mapa que deja esta relación en el cerebro, quedará impresa como una huella que perdurará posiblemente toda la vida. De nosotros depende el desempolvar cada dos por tres los recuerdos con esa persona, para seguir manteniéndola viva o no. Por increíble que parezca, cuando no nos acordamos de algo, no es porque se haya borrado de nuestro disco duro, sino porque no tenemos la llave para abrir el cofre donde se guardan los recuerdos. De hecho, ya se están haciendo estudios para acceder a este cofre y extraer recuerdos que se creían perdidos después de una experiencia traumática. Lo que hasta ahora lo hacía la hipnosis, ahora lo pueden hacer algunos medicamentos y otras técnicas de psicología. Por eso, debemos saber que vamos a convivir con los recuerdos de esa persona toda la vida. Que permanecerán guardados en una zona específica del cerebro y que si no es por nosotros de manera voluntaria, sólo saldrán en forma de sueños o de manera casual por algún motivo que lo relacione y tire de él para extraerlo. Como cuando nos viene la amiga inoportuna para hablarnos de él…


La huella que dejará esta relación en nuestra vida, se irá mitigando con el tiempo, a medida que lo vaya haciendo la carga emocional que lo acompaña. Al principio, nada más ser dejados, sentiremos lo mismo que si nos hubieran arrancado una parte de nuestro cuerpo. Aunque no podamos ubicar la zona, la sensación es la misma que si se tratara de un miembro fantasma, pues aunque esa relación existe en nuestro mapa cerebral, en la realidad ha desaparecido. De ahí, que lo expresemos como una sensación de vacío. Y es porque realmente existe un vacío en nuestra psique y en nuestra vida, ya que antes teníamos una parcela afectiva rica y amplia y ahora carecemos de ella en la vida real, aunque permanezca presente en nuestra mente. Solo depende de nosotros el seguir echando más leña al fuego, o recurrir a nuestra corteza como el juez de nuestros verdaderos sentimientos. 

miércoles, 28 de mayo de 2014

TEST DE LA FELICIDAD









Siempre ha habido alguna vez que nos han preguntado si somos felices y nos hemos sorprendido a nosotros mismos, porque hemos tenido que pensar la respuesta. Esto se debe a que la felicidad no es un concepto absoluto, sino que depende incluso del momento en el que nos lo preguntan. Antes de responder a estas preguntas, debemos pensar en términos generales, aunque no desecharemos aquellos aspectos que empañan nuestra felicidad. Solo de esta manera, con el contraste de lo bueno y lo malo, podremos sentirnos agradecidos  e intentar resolver lo que hemos identificado como problemático.


1)  ¿SOY FELIZ?


¿Qué es la felicidad para mí?

¿Qué se supone que es la felicidad para el resto del mundo?

¿Me considero una persona feliz?

¿Veo a la gente feliz a mi alrededor?

¿Tener las necesidades básicas cubiertas significa ser feliz?

¿Soy feliz no siendo feliz?

¿Me han enseñado a ser feliz?

 ¿Sé ser feliz?

 ¿Mi felicidad es la misma que la de los demás?

¿La felicidad hay que buscarla o simplemente basta con dejarse llevar para que ella te encuentre?

 ¿Por qué lo que a los demás les hace feliz a mí no?

¿Por qué lo que a mí me hace feliz a los demás no?

¿Necesito algo “diferente” para ser feliz?

¿Ser feliz es lo mismo que una vida intensa?

¿Es lo mismo ser feliz que estar alegre?

¿Ser igual que los demás me aterra?

¿Ser feliz es incompatible a la rutina?

¿Por qué para mí la felicidad es incompatible con una relación estable y en cambio la gente busca la estabilidad para ser feliz?




2) QUIERO SER FELIZ PERO NO SÉ COMO


¿Quiero ser feliz pero no sé cómo hacerlo

¿Qué referentes tengo como personas felices?

 ¿Son referentes reales o personajes de revista?

 ¿Estoy segura realmente de que son felices o me lo parecen a mí?

¿Si yo estuviera en su situación, sería feliz?

¿Me veo capaz de cambiar yo sola o necesito ayuda externa?

¿Quiero que me ayude alguien conocido o prefiero que sea un profesional?




3) CLAVES PARA SER FELIZ :

Si no soy feliz ahora, ¿será porque es necesario que cambie mi vida?

¿Tengo que cambiar mi vida o tengo que cambiar yo?

¿Qué aspectos son los que cambiaría primero en mi vida?

¿Hasta cuánto estoy dispuest@ a sacrificar para ser feliz?

¿Cuándo y cómo puedo empezar?

¿Cuánto tiempo he de vivir a expensas de una promesa de felicidad?

¿Y si no encuentro la felicidad una vez que he cambiado mi vida? ,¿volvería de nuevo a mi estado actual?

¿Por qué tengo miedo a empezar? ¿Es porque no me atrevo o no sé cómo hacerlo?

¿Conozco a alguien que lo haya hecho y le haya resultado bien?

¿Conozco a alguien que haya fracasado en su camino hacia la felicidad? ¿Cuál fue el motivo?




4) SOY FELIZ ¿Y AHORA QUÉ?


¿Soy feliz o estoy feliz?

¿Ser feliz supone estar dando saltos de alegría?

¿Es posible que me considere feliz y a veces me sienta triste o desgraciada?

¿Por qué si me considero feliz quiero serlo más?

¿Realmente era esto lo que yo buscaba?

¿Por qué no he llegado a este estado antes? ¿Dependía de mí?

¿Por qué creo yo que la gente no es feliz?





lunes, 26 de mayo de 2014

APRENDER A SER FELIZ



APRENDER A SER FELIZ.

Cuando de pequeños nos preguntan qué queremos ser de mayores, siempre decimos una profesión. Queremos ser artistas, o ingenieros o maestros, pero nunca a nadie se le ha ocurrido responder simplemente que quiere ser feliz.

Pensamos que al ser artista, ingeniero o maestro, seremos felices y no nos planteamos más. Esto se debe en gran medida, a que en nuestra sociedad hemos igualado el concepto de felicidad, con el de éxito profesional. Sería muy extraño, encontrarnos con un niño que nos dijera que quiere acabar en el paro, o que no le importaría no llegar a ser nada. ¿Por qué se debe esto? Porque en nuestro concepto de felicidad, sabemos que uno de los pilares básicos es el trabajo.
 
Aunque el concepto de felicidad varía según las culturas, crecemos con el concepto de que la felicidad es equiparable a tener las necesidades básicas cubiertas. Esto es, un trabajo, una familia, una calidad de vida y por supuesto salud. Pero luego somos testigos de que en la realidad no es tan sencillo como parece. Cuánta gente posee todo esto y mucho más y en el fondo se siente desgraciada. Por eso, debemos saber que dentro del concepto de felicidad, como algo general, cada uno somos un conglomerado de conflictos emocionales algunos sin resolver, recuerdos, anécdotas, amigos, compañeros y una forma de ser, que va a ser la que realmente determine si somos felices o no.

Podría decirse, que nuestra felicidad no es sino un manómetro que mide el grado de presión en el que vivimos. Cuanta menor presión, más bienestar y por lo tanto mayor felicidad. Aunque si esta presión es demasiado baja, podemos desinflarnos y quedarnos anclados como lo haría un globo de helio a medio hinchar. Por eso, la felicidad es ese punto medio que nosotros consideramos como “aprobados”. Por encima de ese punto estaremos felices y por debajo estaremos apáticos y quizás algo abatidos, o aburridos o tristes. Pero ¿dónde está ese punto medio?

Ese punto medio, estará donde nosotros lo queramos poner. Ya desde pequeños hemos tenido un compañero de clase que lloraba si sacaba un notable, cuando para nosotros un notable era como tocar el cielo. Ese punto que es lo que hace que “nos conformemos”, es lo que determina nuestro grado de satisfacción y por ende de felicidad. Por eso, es muy arriesgado decir que cuanto más bajo esté ese punto medio, nos conformaremos “con menos” y seremos más felices, pero lo cierto es que se aproxima bastante a la realidad.

De hecho, estamos rodeados de personas que teniendo dinero y éxito están amargados. Parejas felices que se han roto, porque él o ella, no terminan de estar bien sin algún motivo. Niños inconformistas con habitaciones llenas de juguetes, cuando otros son felices jugando con un muñeco toda la tarde, y un sinfín de ejemplos similares.

Porque aunque se trate de una sensación física en la que intervienen neurotransmisores y otras moléculas endógenas, así como otra serie de factores extrínsecos no modificables, la verdadera felicidad puede estar modulada en gran medida por uno mismo. Es decir, no es que sea un acto de la voluntad, pero casi.

Como con cualquier experiencia humana, la teoría conductista ha demostrado últimamente, la plasticidad de nuestro cerebro, capaz de modificar sus circuitos neuronales en base a la experiencia. Esto, que hace años era impensable, ha desbancado mitos tan importantes como el de que para dejar de fumar, primero hay que pensar en hacerlo. Todo lo contrario, es la experiencia de no fumar, la que permite al cerebro modificar su estructura, sustituyendo sus circuitos “encargados del acto de fumar” y por lo tanto “mitigando su pensamiento”.

ANTES ERA: pienso en algo y como consecuencia lo hago.
AHORA ES: si no hago algo, dejo de pensar en ello.



De hecho, el pensamiento reiterativo y parásito de “no querer hacer una cosa”, como puede ser fumar, es lo que hace que se evoque constantemente esa cosa, despertando en el cerebro la misma descarga de moléculas que generan el deseo de hacerla. No hay nada peor para dejar de fumar que el estar pensando continuamente en el día que se hace, los cigarrillos que ya habría fumado, el dinero que he ahorrado, así como fijarme en que los demás fuman y etc.

LA FRUSTRACIÓN GENERA DESEO, O SI NO, POR QUÉ CUANTO MÁS LLAMAMOS A ALGUIEN QUE NOS  IGNORA, MÁS DESEAMOS QUE NOS LO COJA E INSISTIMOS MÁS EN LLAMARLE.

¿Cómo puedo evitar sentirme frustrado y dejar de pensar en ello?

Sencillamente basta con pensar en otra cosa. Es decir, sustituir el pensamiento reiterativo y obsesivo de fumar (pensamiento parásito) por otro pensamiento. Para ello se requiere de cierto entrenamiento mental. Basta con tomar un pensamiento cualquiera y convertirlo en el pensamiento “rescate” para recurrir a él cada vez que nos asalten las ganas de fumar.


Este pensamiento “rescate”, debe ser un pensamiento agradable, cómodo y fácil. No tendría éxito escoger uno que nos de igual porque no estamos implicados con él. Por ejemplo, sería lógico pensar que vamos a utilizar el pensamiento “hacer deporte”, como sustituto del pensamiento parásito “quiero fumar”. Pero si no somos una persona deportista y no tenemos un grado de implicación con hacer deporte, nos va a dar igual este pensamiento y no nos va a servir, para “acallar” al pensamiento parásito que nos va a estar incordiando en el cerebro.

Si estamos en casa y no tenemos muchas obligaciones, podemos sustituir el pensamiento fumar con el pensamiento rescate de “ver la televisión”.  Aunque parece algo rudimentario, no sólo nos está sustituyendo el pensamiento “parásito” de fumar, sino que además, lo estamos sustituyendo por un acto que desarrollará un circuito neuronal que “aplaque” el de fumar. Y como además, nos va a enganchar la televisión, aunque sólo sea haciendo zapping, el momento “crítico” de ganas de fumar, lo vamos a superar sin esfuerzo.

Si esto mismo nos ocurriera en el trabajo y debemos buscar un pensamiento de “rescate” que sustituya al deseo de fumar, podemos echar mano de lo que vamos a hacer esta tarde, o recordar lo que hemos hecho el fin de semana pasado, o pensar en dónde queremos ir el próximo fin de semana o el próximo verano, o simplemente qué nos gustaría comer ese día. Es decir, en el momento en el que veamos que asoma el pensamiento de fumar, sustituirlo inmediatamente por otro placentero, a ser posible, siempre el mismo, para que desaparezca el de fumar. Aunque al principio requiere de un control mental al que no estamos acostumbrados (pues debemos manejar nuestros pensamientos con la voluntad), poco a poco a base de entrenarnos nos resultará más fácil y nos lo tomaremos como un juego, buscando en los ratos libres , “pensamientos rescate”, que luego emplearemos, no sólo para sustituir el de deseo de fumar, sino todos aquellos negativos, que nos invaden a lo largo del día.

Este ejemplo de sustituir un pensamiento negativo, por otro positivo, aplicado al acto de fumar, es la base para lograr ser feliz.

Los pensamientos positivos que generamos cada día bajo nuestra voluntad, pueden ir sustituyendo uno a uno cada uno de los pensamientos negativos, que nos impiden ser feliz.

Aunque para sustituir pensamientos asociados a conductas adictivas como es el fumar, suele ser una tarea bastante más ardua que la de generar simplemente imágenes positivas.

Debemos ser conscientes de que nuestra mente no es una televisión encendida las 24 horas, donde somos en cierto modo víctimas de los programas que echen. Muchas veces, incluso, nos invaden recuerdos que preferimos no rememorar, o incluso imaginamos escenas dolorosas que podrían tener lugar en algún momento. ¿Quién no ha soltado alguna lágrima, mientras ha imaginado que se le moría un ser querido? Aunque tampoco consiste en escapar de estas fantasías, pues incluso a veces pueden servirnos para plantearnos cómo reaccionaríamos si pasara esto o aquello en nuestra vida. El problema resulta, cuando una persona rememora más veces y de manera más intensa ese tipo de escenas negativas, que a uno le hacen sentirse mal.


Y en esto consiste la felicidad voluntaria. Basándonos en el control mental de nuestros pensamientos, podemos llegar a fantasear cosas positivas ( siempre siendo conscientes de su grado de fantasía), rememorar escenas que nos han hecho sentirnos bien y en general, observar el mundo desde el punto de vista de la asertividad, para enfrentarnos al día a día desde un punto de vista subjetivamente positivo.