El mapa del amor en el cerebro.
El amor es el resultado de una serie de zonas activadas en
el cerebro que se proyectan a modo de holograma, para configurar una imagen
visual acompañada de una serie de sensaciones.
Según las últimas investigaciones, cuando nosotros
observamos un objeto, lo hacemos de forma desmembrada. Es decir, una zona del
cerebro se encarga de visualizar el color, otra la forma y otra la
localización. El conjunto de las tres zonas cerebrales solapadas, es lo que da
lugar a la configuración integral de “vaso-de color verde-que está ahí”.
Pero esto da lugar a diversos fenómenos y experiencias
interesantes:
NO VEN LOS OJOS SINO EL CEREBRO.
Se ha comprobado, que los que realmente ven no son los ojos,
sino el cerebro. Es decir, se podría decir, que al cerebro le da igual que haya
un vaso verde delante de tus narices o no. Basta con evocarlo, para que la
persona tenga las mismas sensaciones que si lo tuviera delante. En este caso,
la experiencia vendría del interior de su mente, en vez de desde fuera. Vamos a
poner el ejemplo del amor, pues realmente un vaso verde, está acompañado de
poca carga emocional.
Cuando nosotros evocamos a la persona amada, a pesar de
tener los ojos cerrados, se encienden en el cerebro las mismas zonas que si lo
tuviésemos delante. Su presencia
(aunque sólo sea cerebral), va a descargar una tormenta de
neurotransmisores ( fundamentalmente la dopamina
en la fase del enamoramiento) que responden a las órdenes del cerebro más
primitivo. Este cerebro está constituido por el sistema límbico, con las subestructuras de la amígdala y el hipocampo, que son las encargadas de dar una
respuesta automática a las emociones más inmediatas, que pueden poner en
peligro la vida, con el fin de la supervivencia. De ahí, que sea el más
rudimentario, pues es el primigenio, es decir el primero que se creó en los
seres vivos prehistóricos y que ha ido evolucionando con el paso de los siglos,
al tiempo que se ha ido sofisticando, para especializar las respuestas y
dotarlas de un comportamiento determinado en función de la sensación que se
transmita. Desde el sistema límbico, la mayor parte de las sensaciones son
transmitidas al tálamo y de ahí a
diferentes partes de la corteza cerebral, donde se mandan las órdenes motoras
voluntarias encargadas de dar respuesta a los estímulos.
Pero la imagen sólo no basta. Ha de estar empapada de
dopamina y otras endorfinas euforizantes. Como si se tratara de un bizcocho de
los que llamamos “borrachos”, la imagen del ser querido sería sólo el bizcocho
y el almíbar sería la dopamina. Sólo con que nuestro cerebro lo vea, no nos
bastaría para sentir. El cerebro necesita que ese bizcocho esté empapado de
dopamina y otras endorfinas para dotarle de emoción. Esta descarga neuroendocrina es lo que hará que se
nos quite incluso el hambre canina que teníamos, hasta que hemos empezado a
pensar en él ( o ella). Porque el cerebro trabaja “priorizando” y opta por
enfocar su atención en la imagen del ser amado, “relegando” otras tan básicas,
como deberes que tenemos que hacer, obligaciones o simplemente actos no
rutinizados. Sí, como dice el dicho, “el amor es ciego”, porque enfoca la
atención en el ser amado y subestima esa atención que deberíamos tener hacia
otros aspectos de la vida. Cuidado, porque esto le puede salir caro al
enamorado, si empieza a abandonarse en sus tareas, se desinteresa por estudiar,
o empieza a llegar tarde al trabajo, porque en el fondo “le da igual”.
EL CEREBRO NOS ENGAÑA.
Últimamente se ha descubierto que el cerebro no tolera
ninguna grieta en su mosaico de recuerdos. Cada vez que intenta evocar algo, lo
hace sí o sí, sea o no verdad lo que recordemos como cierto. De hecho, es
frecuente que lleguemos a creernos algo que surge de nuestros pensamientos,
pese a la opinión contraria de la gente y que incluso la defendamos contra
viento y marea. Esas lagunas, que pueden surgir entre recuerdo y recuerdo, son
rellenadas por piezas que “podrían” encajar y a las que nosotros no las damos
mayor importancia, pues las consideramos reales. No suelen ser grandes espacios
en blanco, sino pequeños detalles lo que hace, que muchas veces uno se ponga a
pensar si realmente es cierto lo que le pasó la noche anterior y pase de no
estar muy seguro, a confabular una respuesta, que a medida que la va repitiendo
una y otra vez, va cobrando fuerza y al final se instala como que realmente
ocurrió. O si no, pensemos alguna conversación a altas horas de la noche,
después de una cena copiosa, donde el cansancio, la comida, el vino y demás,
hicieron mella en nuestras palabras y al día siguiente no recordamos muy bien
lo que dijimos. En el fondo, es como si recordáramos cosas que dijimos pero que
nunca las pronunciamos. En cierto modo, el cerebro las ha puesto ahí y nosotros
damos la cara por él, aunque nunca las hayamos elaborado. El cerebro nos ha engañado, pero nosotros
defendemos fervientemente lo que nos ha propuesto como cierto.
Este ejemplo de “relleno” de recuerdos, es lo que nos hace
polvo en el amor. Pensamos en escenas pasadas de manera tan distorsionada, que
si se le preguntara a la pareja cómo sucedió algo, a un testigo que pasaba por
allí, y a nosotros mismos, tendríamos tres respuestas diferentes. Y no nos
basta con esto, sino que nos encanta mezclar las escenas pseudoverdaderas con
otras que pudieron haber ocurrido, pero no lo hicieron. Digamos que por morbo.
Sin contar con las fantasías futuras que surgen a borbotones y navegan entre
nuestros pensamientos presentes y fantasías pasadas reales e inventadas, como
peces dentro del acuario de nuestra cabeza. Y todo, con los ojos cerrados. Sufrimos,
reímos, nos excitamos, lloramos y nos enfadamos sin llegar a abrir los ojos.
Basta con que sea nuestro cerebro el que lo vea.
EL DES-AMOR CEREBRAL
Aunque los procesos que ocurren durante una relación de amor
son muy complejos y dependen de cada persona, hagamos un salto a cuando uno de
los dos deja al otro. El cerebro se había adaptado a la otra persona y durante
un tiempo ha convivido con su presencia. Como es plástico y modificable,
nuestros ritmos biológicos, se habían acostumbrado a comer a la hora a la que
él salía del trabajo, a hacer el amor por la noche, a salir de viaje los
viernes para volver los domingos, a preparar esta comida que le gusta, para de
pronto…se acabó. Lo que más nos hace sufrir cuando alguien nos deja, a parte de
la desestima por el desprecio, de la posible traición por unos cuernos, de la
decepción por lo inesperado de esa persona y de otros muchos factores más, es
que nos sentimos ahogarnos en una piscina de incertidumbre de la que no sabemos
cómo salir.
El cerebro primigenio (hipocampo
y sistema límbico), desencadena una serie de emociones incontroladas de
ira, enfado, tristeza, rabia y demás, que son transmitidas al resto de este
órgano produciendo unas determinadas respuestas. Lo más importante es que
disminuye en gran cantidad la serotonina,
que es lo que hace que estemos pensando de manera obsesiva en la otra persona,
además, de sentirnos tristes, apáticos y abatidos.
Nos cuesta reaccionar y lo haremos según haya sido el patrón
conductual de las personas con las que hemos vivido y nos han enseñado. El hijo
del que respondía a los problemas tomándose 3 blister de pastillas, tiene mucha
más tendencia a tomárselos él también, porque es lo que ha visto. El que ha
visto a su padre o a su madre coger al toro por los cuernos y ponerse una
sonrisa por bandera, es posible que salga a la calle sonriendo. El que ha visto
dar un puñetazo en la pared, que preserve sus paredes o sus manos.
Pero lo más importante es saber, que como todo, a medida que
pasa el tiempo, esa carga emocional del cerebro anfibio irá disminuyendo
siempre y cuando no estemos evocándolo todo el rato. Como si se tratara de la
batería de un teléfono, el evocar escenas amorosas, recuerdos y demás con la
persona que nos ha dejado, va a estar recargándolo constantemente.
Y ante la duda de los que dicen de dejarlo poco a poco, y
para prevenir las relaciones “péndulo” la respuesta está clara: hay que dejarlo
radicalmente.
Para olvidar a alguien, hay que dejar de verla (por fuera y
por dentro), dejar de acudir a sitios donde se iba con ella, procurar quitar de
en medio su ropa, sus objetos. Si encima nos cambiamos de casa o de barrio, o
de país!, mejor.
Aunque al principio pasaremos por nuestro periodo de
abstinencia, igual que si se tratara de cualquier otra droga, hay que tener
paciencia y esperar a la siguiente fase. La de la aceptación y reconstrucción
de uno mismo. Debemos comenzar a crear nuevos hábitos sin la persona, sustituir
lo que hacíamos con ella, por otros hábitos o con otras personas. Generar
situaciones placenteras que si no sustituyen las del ser amado, por lo menos,
las mitiguen y procurarnos unos objetivos (asequibles y a corto plazo), que nos
aumenten la estima y nos realicen por dentro.
No hay droga más dura que la de las relaciones humanas. Ni
el alcohol, ni la cocaína, ni el tabaco, es comparable con el dolor, mezclado
por un abandono, una posible traición, y un talonario de recuerdos maravillosos
con una persona por la que todavía sentimos, sí, en efecto, todavía sentimos
amor por ella.
Porque el amor es el resultado de una serie de descargas
cerebrales que funcionan de manera autónoma. Y si a las 4 de la tarde nos dicen
que nos han traicionado, a las 4 y 15 uno no empieza a odiar a la persona. Es
posible que no la llegue a odiar nunca. Y aunque parezca mentira, es preferible
que sea así. El amor y el odio activan zonas cerebrales comunes y eso puede
confundirnos. De ahí que “del amor al odio haya sólo un paso”, pues realmente
producen la misma descarga adrenérgica y debe ser nuestra corteza la que
fríamente deba distinguir que no se trata de amor, sino de otra cosa.
Por eso, no debemos empeñarnos en odiar a alguien que nos ha
dejado. De esa manera, lo único que haremos será prolongar su presencia en
nuestros circuitos neuronales y tenerla presente constantemente. El dolor por
la pérdida nos embriagará constantemente y lejos de sentir venganza, es más
probable que sucumbamos ante cualquier renuncio que se presente, volviéndonos
otra vez locos, porque de nuevo y por arte de magia, sentimos que le amamos.
Pero ni ayer sentíamos una cosa, ni hoy otra, sencillamente sentíamos lo mismo.
Hemos sido nosotros los que la hemos etiquetado como: hoy te odio y después de
la aventura, te vuelvo a amar.
El estado de gracia para olvidarnos de una persona, es
decir, el desprecio, no es sino resultado de tiempo y paciencia. Aunque
sintamos deseo o amor por una persona que nos ha abandonado y es la causante de
nuestro dolor, debemos separar las emociones y pensar con la corteza cerebral. Es decir, visualizar
mentalmente lo que sentimos y contraponerlo con lo que nos ha hecho, para que
de manera razonada seamos conscientes de la incongruencia de lo que sentimos y
lo que deberíamos sentir. La poca razón que nos quede, debemos enfocarla en
sobrevivir al engaño del cerebro. Estaremos disléxicos. Por un lado sentimos
amor y por otro debemos ser fríos, con el trasfondo de que no tenemos ni idea
de qué hacer la próxima vez que nos llame. La respuesta está en no cogerlo.
Estamos acostumbrados a sentir una recompensa placentera
cada vez que nos llama, pero ahora se ha teñido de dolor. Todo este deseo frustrado, esta
incertidumbre, ansiedad, confusión y los síntomas típicos de una abstinencia
cualquiera; insomnio, dolor de cabeza, taquicardia, nerviosismo solo tiene una
palabra: DESAMOR. Pero debemos sufrirlo como si se tratara del duelo de una
persona que ha fallecido. No por no pasarlo, nunca va a aparecer. Tarde o
temprano aparecerá y aflorará de diversas maneras. Más vale que sea cuanto
antes, porque antes veremos la luz al final del camino. Y además, hay un
problema, y es que el dolor también es adictivo. Muchas personas, son capaces
de aferrarse al dolor del desamor, como único recurso a seguir poseyendo a la
persona de una u otra forma. Más vale así que perderla.
EL MIEMBRO FANTASMA DEL AMOR
Pero el mapa que deja esta relación en el cerebro, quedará
impresa como una huella que perdurará posiblemente toda la vida. De nosotros
depende el desempolvar cada dos por tres los recuerdos con esa persona, para
seguir manteniéndola viva o no. Por increíble que parezca, cuando no nos
acordamos de algo, no es porque se haya borrado de nuestro disco duro, sino
porque no tenemos la llave para abrir el cofre donde se guardan los recuerdos.
De hecho, ya se están haciendo estudios para acceder a este cofre y extraer
recuerdos que se creían perdidos después de una experiencia traumática. Lo que
hasta ahora lo hacía la hipnosis, ahora lo pueden hacer algunos medicamentos y
otras técnicas de psicología. Por eso, debemos saber que vamos a convivir con
los recuerdos de esa persona toda la vida. Que permanecerán guardados en una
zona específica del cerebro y que si no es por nosotros de manera voluntaria,
sólo saldrán en forma de sueños o de manera casual por algún motivo que lo
relacione y tire de él para extraerlo. Como cuando nos viene la amiga
inoportuna para hablarnos de él…
La huella que dejará esta relación en nuestra vida, se irá
mitigando con el tiempo, a medida que lo vaya haciendo la carga emocional que
lo acompaña. Al principio, nada más ser dejados, sentiremos lo mismo que si nos
hubieran arrancado una parte de nuestro cuerpo. Aunque no podamos ubicar la
zona, la sensación es la misma que si se tratara de un miembro fantasma, pues
aunque esa relación existe en nuestro mapa cerebral, en la realidad ha
desaparecido. De ahí, que lo expresemos como una sensación de vacío. Y es
porque realmente existe un vacío en nuestra psique y en nuestra vida, ya que
antes teníamos una parcela afectiva rica y amplia y ahora carecemos de ella en
la vida real, aunque permanezca presente en nuestra mente. Solo depende de
nosotros el seguir echando más leña al fuego, o recurrir a nuestra corteza como el juez de nuestros
verdaderos sentimientos.