ESTAR FELIZ Y VIVIR CONTAGIADO.
Hoy en día, hablar de contagiarse va acompañado de un
sentimiento peyorativo, pues todo el mundo lo asocia a algo negativo causante
de una enfermedad. Pero de lo que voy a hablar a continuación es justo lo
contrario. Cómo la ciencia ha demostrado que lo más positivo del mundo, es
decir, la felicidad, puede ser igual o más contagioso que cualquier virus
mortal.
El contagio de la felicidad, se produce por un mecanismo
automatizado a través de las neuronas
espejo. Estas neuronas, son las mismas que nos hacen bostezar cuando vemos
a alguien bostezar, las mismas que nos hace levantarnos a coger un cigarrillo
cuando vemos a alguien fumar por la televisión y las mismas que nos hacen
llorar en los finales de las películas románticas. Está claro, que no hay que
buscar muy lejos, para encontrar el significado de su nombre. Las neuronas espejo se activan y funcionan
mediante un mecanismo de imitación.
Aunque todavía son motivo de múltiples investigaciones, se
han hallado sobre todo en la circunvolución
frontal inferior y la corteza parietal en los seres humanos.
Estas neuronas espejo, actúan como un acto reflejo que está
más pendiente de lo que ocurre a nuestro alrededor, que en nuestro interior. De
hecho, hace que nos exaltemos ante el gol de una final de fútbol y apartarnos,
cuando vemos un accidente a través de la televisión.
Además, responden anticipándose formando parte de lo que
entendemos como intuición. Mediante este mecanismo y porque son rápidamente
activadas, nos permiten coger al vuelo la pelota, pese a que nuestro
contrincante nos haya querido engañar tirándola al otro lado, o evitamos que se
caiga un vaso al suelo, agarrándolo antes de que llegue a él.
Es decir son anticipatorias, intuitivas, pero sobre todo
automáticas, porque responden ante lo que ven, antes de que el sentido de lo
que está ocurriendo, haya llegado a nuestra corteza
cerebral y por lo tanto, lo haya procesado, dicho de otra manera, actúan
independientes de la razón.
Aplicado a los sentimientos, su poder contagioso hace que el estado de ánimo del que tenemos enfrente,
pase directamente al sistema límbico,
donde es trasmitido al resto del cerebro convertido en emoción.
De esta manera, si estamos cerca de una persona feliz o que
no para de sonreír, es probable que su
sonrisa active nuestras neuronas espejo
y nos sintamos felices. Del mismo modo que si alguien se acerca y está triste,
también nos lo contagie. Entre estos dos extremos, según los estudios
realizados por Fowler y Cristakis de la Universidad de California, el que
predomina es el primero. Es decir, ver a una persona feliz o rodearnos de
personas sonrientes, nos aumenta en un 9% más las probabilidades de estar
felices, frente a un 7% si esta persona está triste.
Para que se produzca este contagio, no es necesario
visualizar una sonrisa, pues basta con que el estímulo que lo ha producido (por
ejemplo, leer un libro, hablar con alguien por teléfono, etc.), sea experimentado
en el cerebro.
El mismo investigador Fowler, en su libro “Connected”,
demuestra y cuantifica el grado de interacción que se produce en personas de
nuestro mismo círculo (hasta un 53%), llegando a un 10 % de influencia a los
amigos de nuestros amigos ( el segundo grado de influencia). Esto significa,
que por el simple hecho de estar conectado mediante las redes sociales, estamos
transmitiendo nuestro estado de ánimo no sólo a nuestros amigos más íntimos,
sino a los de segundo grado ( los amigos de nuestros amigos). Y que aunque
nosotros no entremos en interacción con estos de segundo grado, entre ellos sí que
lo están.
Son conocidos los estudios realizados por estos dos expertos
en redes sociales, que han demostrado que si amplificáramos nuestros contactos
en las redes sociales 6 grados, podríamos abarcar a todo el mundo. Para ello,
no es necesario que sean nuestros amigos, basta con transmitirle un “estado”
virtual a uno de nuestros conocidos en Facebook, para que este la transmita a
alguno de los suyos y este a su vez a otro amigo (que posiblemente ya está en
otro país) hasta llegar al sexto. De esta manera nuestro “estado” habrá llegado
a todo el mundo.
Y quien dice un estado, dice una sonrisa, un pensamiento o
cualquier opinión.
Si esto mismo lo pensáramos cada mañana, antes de poner
nuestra primera frase lapidaria en pro o en contra de algo en las redes
sociales, nos lo pensaríamos dos veces, pues no es cosa baladí un simple
comentario.
Por otra parte, nos debe hacer reflexionar la gran capacidad
que tenemos cada uno de influir en los demás. Participar en la construcción de
un mundo mejor es tan sencillo como sonreír y ser amable con los anónimos que
nos rodean cada día, pues de esta manera, estamos activando sus neuronas espejo y favoreciendo el que se
sientan mejor.
Del mismo modo, debemos ser conscientes de que cualquier
comentario, anotación, pensamiento o frase que pongamos en el Facebook cada
mañana o en cualquier red social, puede llegar a diseminarse como un virus a lo
largo y ancho de todo el mundo en pocas horas. Y dado que ahora sabemos que la
felicidad es una corriente que se contagia cerebralmente de manera inconsciente
y automática de persona a persona, es el momento de aportar nuestro granito de
arena, en construir un mundo mejor.
COMPÁRTELO POR FAVOR.
DE ESTA MANERA AYUDAMOS A HACER UN USO CONSCIENTE Y RESPONSABLE DE LAS REDES
SOCIALES.
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